"Dedicado a todos los que siguen queriendo ser diferentes y luchan contra aquellos que desean que seamos iguales"
Albert Espinosa.

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viernes, 31 de octubre de 2014

Libertad en vidrio.

Era una mañana bastante oscura. De esas que te levantas de la cama con el único deseo de volver a acostarte, pero a mí, no se porqué, me motivaba el día; claro que no sabía lo que me esperaba.
Eran ya casi las diez, tenía que salir de casa corriendo si no quería llegar tarde a las clases particulares de inglés que le daba a una amiga; suerte que no vivía lejos.
En la calle hacía un frío insoportable, y a pesar de estar ya bien entrada la mañana, no estaba muy habitada, pero bueno, la verdad que con esa rasca, no me pareció nada raro.
Estaba a punto de girar la esquina de la calle de mi amiga cuando un coche que conducía una afable anciana, se de detuvo frente a mí.
-Disculpe joven- dijo a la vez que terminaba de bajar su ventanilla-, he venido desde Córdoba a visitar a mi hija pero con tanto bloque no doy con su piso, ¿podría ayudarme?
-Claro señora- dije sonriendo, no había nada que me gustase más que prestar mi ayuda-. Dígame, ¿cuál es la dirección?
La señora sacó una mano temblorosa del coche y me tendió un papel. Pasé a leer directamente el bloque porque no tengo ni idea de los pasajes de mi barrio y, francamente, dudo que alguien la tenga. La hija de la señora vivía en los H, cerca del campo de fútbol, así que le indiqué en esa dirección.
La anciana pareció no entender nada y su cara de desconcierto me produjo compasión. Debía tener unos setenta años, me recordaba a mi abuelita.
-Lo siento, no he entendido nada- dijo con voz apenada- los años no perdonan, tal vez si pudiera acompañarme...
En seguida negué, nunca me había fiado de esas cosas...
-Señora me da mucho apuro pero llego tarde a dar clase y...
-No se preocupe- me interrumpió- intentaré encontrarlo sola o preguntaré más adelante.
¡Ah, maldita sea! Me dió tanta pena...
A día de hoy me sigo preguntando de dónde heredé esta dichosa empatía.
Cuando puso el coche en marcha le hice un gesto para que parase.
-Espere, deme un minuto. Hago una llamada y nos vamos.
Llamé a mi amiga para decirle que iba a tardar quince minutos más, que me había surgido un imprevisto. Una vez avisé, me monté en el coche y comencé a guiarla.
-En marcha- dije con una sonrisa que me correspondió la anciana de inmediato.
Ella seguía mis indicaciones y conducía un poco rápido, pero no le dí importancia, siempre me habían hecho mucha gracia las ancianas temerarias al volante; a veces incluso parecía que tomaba el rumbo segundos antes de mi indicación, como si supiera perfectamente dónde iba, pero debieron ser imaginaciones mías porque al llegar a la segunda rotonda que debíamos tomar, se equivocó.
-Se ha confundido señora- le dije con toda la amabilidad de la que fuí capaz- le indiqué que girase a la derecha por la parte interior y se ha metido por la exterior.
-Lo siento hija, no me he dado cuenta.
-No se preocupe, nos meteremos otra vez más adelante.
-Claro- la señora sonrió y en ese momento noté algo extraño en aquel coche. El ambiente se tornó frío y tenso. Algo pasaba.
La mujer cerró todos los pestillos y se metió en el carril que llevaba a la autopista dirección Sevilla.
-Señora, ¿qué hace?, ¿dónde va?- no recibí respuesta, ella sólo endureció el gesto-. Señora, por favor...¿dónde me lleva?
- Gracias por haberme ayudado, me caes bien. Gente como tú hace que me dé pena dedicarme a este negocio, pero se me pasa enseguida cuando pienso que te estoy enseñando una lección; no te fíes de nadie.
Nada quedaba ya de la entrañable anciana que me había parecido anteriormente. Su rostro se había vuelto cruel.
-Señora, ¡por diós!...no me haga esto, ¡lléveme a casa!, ¡quiero ir a casa!- fue lo último que conseguí decir antes de echarme a llorar con un tremendo ataque de ansiedad y un temblique de pies a cabeza. Intenté chillar, golpear los cristales, hacer algo que que advirtiera a la gente de mi situación, pero no pude. Estaba paralizada, era presa del pánico. Debí desmayarme porque no recuerdo nada más hasta que me desperté.
Ya no viajábamos solas. Podía sentirlo. Tenía los ojos vendados, las manos atadas y estaba tumbada, por lo que supuse que me habían mudado al asiento de atrás durante mi desmayo. La señora y el nuevo copiloto empezaron a hablar, pero yo no podía oír nada. Todas las cosas que pasaban por mi cabeza sonaban mucho más alto que sus voces. Era un manojo de nervios y tenía mucho miedo, además de frío y hambre. No podía concentrarme en nada más que no fueran mis sentidos y emociones, y en intentar controlarlas.
El coche se detuvo, al igual que mi corazón unos diez segundos más tarde, cuando abrieron la puerta trasera y el hombre que se unió a la maldita anciana durante el trayecto, me sacó de él de muy mala manera. Me quitó la venda de un tirón, mis ojos tardaron un tiempo en acostumbrarse a la claridad.
-Bienvenida a tu nuevo hogar- dijo con tono irónico. Tenía un marcado acento ruso, o de por ahí, del Este de Europa.
Estábamos en un chalet con un terreno enorme. El jardín tenía el césped perfectamente cuidado y una piscina gigante con hamacas y sombrillas alrededor. Parecía la típica casa de ricachones corruptos que aparecía en las películas; nada más lejos, pues había hombres enchaquetados y con pinganillos en las orejas en cada puerta que daba al jardín, y también en la cancela de la entrada...¿qué era eso?
Lo cierto es que el sitio era precioso, y claro que me habría gustado que fuera mi hogar, pero con mi familia, no con esa panda de rusos trajeados, o lo que quiera que fueran.
Rusos trajeados...no tardé en atar cabos.
Finca de lujo, señores con pinta de los Países del Este, secuestro a una chica blanca de 20 años...no cabía duda, había entrado a formar parte de la red del trato de blancas.
No pude evitar que me flaquearan las piernas ante mi descubrimiento y caí al suelo. El gorila que me llevaba agarrada del brazo me levantó de un tirón y me soltó una bofetada bastante imponente. Desde luego, no se me ocurriría volver a caerme.
¿Qué iba a pasar? Mi vida había acabado. No podía creerlo, ¿cómo iba a ser?, ¿estaba soñando?, ¿me había metido en las míticas películas de drama de los sábados a las cuatro de la tarde? Nada de esto; todo era real. Supongo que nadie piensa que le va a pasar a él hasta que le toca. Secuestrada y convertida en esclava sexual de ricachones asquerosos...no terminé de creérmelo hasta que, después de lavarme, vestirme, peinarme y maquillarme, me lanzaron a un cuarto donde esperaba un señor repulsivo.
-Hombre, ya era hora putita- dijo de forma déspota- quítate la ropa.
Fue la patada más dura que me pudo dar para sacarme de mi ensimismamiento. Tres palabras convertidas en el golpe más duro de realidad que había recibido hasta ese momento...
Desde entonces, no lloro. No siento, ni padezco. Me dedico a mirar sin ver, a escuchar sin oír y a meditar un plan que me permita acabar con todas las personas de este lugar sin antes recibir un tiro en la cabeza. Mi vida aquí vale tan poco...
Me pregunto cómo estarán mis padres, mi familia entera, mis amigos...me pregunto porqué a mí. Porqué nadie viene a salvarnos. Qué pasa con la autoridad de este país...aunque bueno, no sé de qué me asombro. No es que no sepan nada de esto, es que prefieren mirar para otro lado y, de vez en cuando, asomar la cabeza por aquí y probar la mercancía con la que se lucran.
Sabemos más de lo que nos gustaría. Jamás nos permitirían salir de aquí con vida y ya he perdido la esperanza de que algún día lleguen a desmantelar esta maldita red de tráfico. Llevo aquí solo tres meses y, si todo sigue igual, no sé si llegaré a cumplir el cuarto...y como yo, veinte chicas más sólo en esta finca, más las millones que hay por el mundo, más las que quedan por raptar. Convivimos con esto y poco o nada se hace por paliarlo.
Solo me queda decir, por si algún día esto llega a las manos adecuadas; aunque casi tengo la certeza de que no será así; que tengáis cuidado, jamás os fiéis de nadie, ni si quiera de personas que parezcan inofensivas, pues creo que ha quedado bastante claro que las apariencias engañan. Y si os compadecéis y queréis ayudarnos, llamad a los medios, la única manera de que paren esto es hacerlo público.
Att: Rozzane.

Doblo el papel en cuatro mitades, lo enrollo y lo meto en la botella de vino que se bebió enterita mi último "cliente" antes de caer como un tronco, me alegro, estos son los que se agradecen; se emborrachan, lloran y se duermen. He decidido poner un nombre falso por si lo encontrase alguno de mis "jefes", ya que rodaría mi cabeza en menos de diez segundos. Estoy en una habitación del segundo piso en la parte trasera de la casa, que da a un inmenso bosque de no sé donde. Aún no he conseguido averiguarlo, sólo sé que sigo en Andalucía y que a los andaluces les gusta mucho el campo. Así que me acerco a la ventana, suspiro y lanzo con todas mis fuerzas la única esperanza de volver a casa algún día...

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